Ariel, nuestro correspondiente en Libano, dividió en 4 papeles su última aventura fascinante en la tierras de Beyrouth. Aquí va el ultimo capítulo de Tripoli Express.
Entonces había que volver a Tripoli, pisar ese centro de infame centro de detención donde había pasado mi sábado por la noche? Según el abogado de los padres de Antoine, había que obedecer, ir a realizar esa detección de drogas si quería estar tranquilo y poder salir del país sin problemas. Así, obedecí al pedido de la brigada de narcóticos libanesa. De manera muy inteligente, había fumado una cierta cantidad de porros el día anterior, ese famoso domingo que había intentado pasar tranquilamente, para relajarme después de mi no tan agradable experiencia. Revisaba las técnicas para limpiar todo rastro de THC de mi organismo rápidamente, aunque ya sabía que iba a ser en vano. Tenía que probar por probar. Entonces hice lo que toda biblia del stoner en línea me indicaban: dejaba totalmente de fumar y de comer (el THC se metaboliza en las grasas del cuerpo, y ayunar es una manera rápida y segura de quemarlas), bebí un montón de agua e hice del baño mi residencia secundaria. Hasta bebí una botella entera de una bebida detox entera inmunda al col rizada y al té verde, y evitaba tener una actividad física demasiado intensa (que provocaría un pico momentáneo de los rastros de THC en el organismo), lo que no fue tan difícil para mí.
Teníamos cita en el centro antidroga de Tripoli el marte a las 11 de la mañana. Me encontraba con Antoine y Karim en el taxi. Intentábamos de tranquilizarnos, de relajarnos. Normalmente, las cosas iban a salir bien. Además, su abogado nos acompañaba. Éste nos explicaba rápidamente que tenía un sobre lleno de efectivo destinado al jefe del centro antidroga, y me hizo repetir la versión que había preparado con Antoine, Karim y sus padres respectivos. El sábado, después del skí, habíamos compartido un porro en el coche de Karim. Era la primera vez de mi vida que tocaba al cannabis y, por supuesto, la última. No me había hecho ningún efecto. Sólo era un chico curioso. Me gustaba Líbano y me quería quedar. Lo sentía mucho y no volvería a hacerlo nunca más. No sabía de dónde venía el hasch de Karim. Había conocido Karim el mismo día, a través de Antoine quien también había fumado por primera vez. El trayecto hacia Tripoli fue largo, lo que nos dejó tiempo para repetir nuestra historia y decirnos que todo iba a salir bien.
Llegábamos al centro. Era otro lugar. El abogado estrechó la mano de un gran tipo pelado que estaba fumando un cigarro. Era afable, ruidoso, y claramente estaba de buen humor. Nos hicieron sentar a todos frente a su despacho y una conversación en árabe fue iniciada. Esperar pacientemente y pasivamente se había convertido en mi punto fuerte. Llamó a otro hombre, un tipo alto y moreno, panzón. Este último me indicó de seguirlo en otra oficina. Me acercó una botella de agua y un paquete de cigarrillos, y comenzó a interrogarme. Pero, en realidad, me preguntó un par de cosas sobre lo que había pasado el sábado, y luego se calló durante veinte sorprendentes minutos. Yo intentaba cruzar su mirada regularmente para jugarla tranquilo, y fumaba cigarrillos.
El silencio en sí me pone incómodo, entonces este… De repente, me preguntó lo que me gustaba de Líbano. Quería sobre todo conocer mis platos preferidos, y cuando me puse a contarle, me cortó para decirme cuánto le gustaba la racleta y que había en Líbano un restaurante bastante elegante que proponía unas racletas muy famosas, y que si quería tenía que llevar una chica allí, para impresionarla. Me dijo que no podía equivocarme haciendo eso, por lo cual lo agradecí. Luego, volvió el silencio. Pienso que nos quedamos una hora en su oficina. Después, me llevó a lo del tipo del cigarrillo, que escribió a mano, en árabe, mi deposición.
Era el momento de pasar el test. Me dieron el recipiente de plástico y las instrucciones para encontrar el baño. Antoine, Karim y yo: todos positivos al THC. Y menos mal, nada más: el test también exponía rastros de heroína, cocaína y meta-anfetaminas en el cuerpo. El jefe pelado terminó su cigarro al mismo tiempo que estaba terminando de escribir nuestras deposiciones. No era un tipo malo y buscaba de tranquilizarnos. Le pidió a su colega de traducir dos preguntas: “No volverás a empezar, cierto?”. No, por supuesto que no, señor. “Y no vale la pena que hables de toda esta historia a tu embajada, cierto?”. Todo lo que quieran, siempre y cuando me dejen irme de aquí una vez por todas. Y justamente, mi calvario no había terminado. Ya que nuestros test habían dado positivo, nos explicó que nos tenía que guardar en las células. Normalmente, era una noche entera, pero nunca escondió que el sobre lleno de efectivo que el abogado había traído cambiaba un poco las cosas. Íbamos entonces a ser detenidos hasta que caiga el sol. Estaba decepcionado, pero me dejaron avisar a algún amigo y familiar antes de que confisquen mi teléfono, y tuve derecho de guardar un libro y unos cigarrillos.
En la célula, conocimos a Omar. Tenía 29 años, originario de Tripoli y vendía droga para sobrevivir. Omar nos explicó que drogarse era lo único que amaba. Detrás de las rejas, no había tantas maneras de conseguirlo y, para compensar, fumaba cigarrillo tras cigarrillo, era un asco, porque además exigía que hagamos lo mismo que él. Tenía la mirada dulce del tipo que nos puede agredir en cualquier momento. Era simpático e inestable. Nos hizo la apología del captagon, esa substancia que los medios europeos llamaban “la droga de Daesh”. Aparentemente, era un estimulante muy potente: un día, Omar había sido baleado a la altura del hombro, pero gracias al captagon había podido correr sin problemas. También nos hizo un inventario de todas las drogas que tenía en su casa, por si estábamos interesados. Era muy conversador, y la conversación, aunque interminable, a veces tomaba caminos interesante. No entendía como yo podía explicar la existencia del mundo sin creer en Dios, entonces Antoine le habló de teorías científicas, del Big Bang. Era la primera vez que Omar escuchaba esa versión, y estaba fascinado. Antoine y Karim estaban emocionados: jamás habían realizado que Líbano, también era gente cómo Omar. Gente que nunca había ido a la escuela, que tuvieron un hijo accidentalmente y que se prohibían a ellos mismo visitarlo, porque están o permanentemente drogados, o en la cárcel. Yo estaba fascinados por ese intercambio entre libaneses de dos mundos opuestos. Antoine y Karim me dijeron que a pesar de todo, esta experiencia les estaba dando una de las lecciones más fuertes de sus vidas. Estábamos posicionados en círculo, y les enseñaba a jugar a la batalla Córcega, y hablábamos sobre el origen del mundo, la religión, la ciencia, rehacíamos el mundo, y todos teníamos sinceras y grandes sonrisas.
Me había dormido, y me despertó mi pie derecho que me estaba rascando. No era un insecto, era Omar que dibujaba sobre mi piel con una lapicera. Abría los ojos, un poco sorprendido, y no dije nada: imaginé que era mejor no contrariarlo y esperar que pase. Tomó su tiempo, y me dejó como un tatuaje efémero en forma de gran mariposa, dibujado de forma grosera, como un niño lo hubiera hecho. Después de todo lo que nos había pasado, no era ni raro, ni shockeante, ni molesto: simplemente era así, sin necesidad de explicarlo. Por fin llegó la hora de salir, y fuimos todos liberados. Omar nos saludó discretamente, cuando había sido tan conversador durante el día, y Antoine le gritó desde la otro punta del pasillo: “No te olvides de mirar los videos de los cuales te hablé en YouTube! Volvimos a Beyrouth por la noche, en coche. “Papa, mama, tengo una historia para contarles. Pero antes de empezar, quiero que sepan que estoy bien.” Les contaba lo que no se podía definir de otra forma que como una experiencia, e intentaba de hacerlo con el mejor humor posible. El relato hizo pasar el tiempo del trayecto, y así llegaba a mi casa de vuelta. Normalmente, esta vez ya estaba, todo había realmente terminado. Le contaba todo a mi compañera de piso y me encendía un enorme porro para festejarlo.
FIN
Ariel