Relato: Tripoli Express #1

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Ariel, nuestro correspondiente en Líbano, dividió en 4 artículos su última aventura fascinante en las tierras de Beyrouth. Agárrense, aquí va el capítulo 1 de Tripoli Express.

Todo había empezado tan bien. Estábamos en el último fin de semana de febrero, estaba en una Chevrolet grande y negra que mi amigo Karim estaba manejando, y Antonio a su derecha.A través del vidrio tintado, miraba las montañas nevadas de Tannourine y me relajaba tranquilamente. Acabábamos de terminar una sesión de ski excepcional. Dos horas de subida, de resaca, con botas y skis sobre la espalda y con mucho sol pudieron terminarme. Pero la bajada en ski, sobre esta nieve espesa e intacta, valía cien veces la pena. En fin, estaba agotado, dormía en el coche que me tenía que llevar a mi casa, en Beyrouth. Y como íbamos por rutas desiertas de Líbano, Antoine aprovechó para liar un porro. Karim le alcanzó una pequeña bolita de hasch. Según él, no había nadie a los alrededores, no había ningún riesgo. Feliz por la perspectiva de fumar después de un esfuerzo intenso, decidía de confiar en Karim y Antoine. Después de todo, ellos eran libaneses, yo no…

Horas más tarde, después de un largo almuerzo en la ciudad balnearia de Batroun, la autopista estaba totalmente oscura por la noche. Tirado sobre el asiento trasero, dormía tranquilamente. En Líbano, existen varios checkpoints militares en varios lugares, sobre todo en las grandes rutas. Simplemente es así, nadie sabe muy bien por qué, uno se acostumbra. Es un dispositivo de seguridad heredado del pasado violento del país. Una tradición quiere que todos los automovilistas saluden a los soldados del checkpoint con un “Suerte” cuando se pasa por ahí. Fue ese “Suerte”  pronunciado por Karim que me despertó. El soldado metió su cabezo por la venta del asiento del conductor e inspeccionó el coche con un aire de pocos amigos. Que veía? Tres chicos, en un coche que gritaba “Dinero”, y un rosario colgado en el espejito. En seguida le indicó a Karim de colocarse sobre la vía de la derecha, en vez de dejarnos seguir.

El coche así parado sobre la fila de derecha del checkpoint,  el soldado nos pidió nuestros documentos. Obedecimos formalmente. La manera de la que me miraba mientras toqueteaba mi pasaporte francés me dejaba preocupado: tenía un aire sorprendido, asqueado. Yo mantenía mi calma. Hubiera podido estar en Paris, en vez de estar siendo controlado por un policía gordito y agresivo, este especie de tipo que seguramente compensa sus mil y unas frustraciones con su uniforme y su porra, salvo que esta vez era un militar libanés. De golpe, sin ninguna razón, le ordenó a Karim de bajar del vehículo. Este tipo parecía querer pelea. Quizás había pasado un mal día. Nos hizo bajar a todos también.

Empezó a proceder a un registro completo sobre Karim, pero no necesitó ir muy lejos ya que, por falta de atención o estúpido exceso de confianza, Karim había dejado la minúscula bolilla de hasch en el bolsillo de su jean.  El soldado lo tenía entre su pulgar e índex, y una inmensa sonrisa se dibujó sobre su cara. Llamó a otros militares cómo llamaríamos a amigos para mostrarles algo divertido. Estaba muy excitado, hirviendo. Otro soldado llegó, no tenía la misma mirada vacía que su colega. Todo en él, su físico esbelto, sus cejas fruncidas, su postura rígida le hacían parecer más serio. Fue él el que me registró.  Tuve que desnudarme en el borde de la autopista, a la vista de los conductores asombrados que desfilaban delante de mí. Una vez en calzoncillos, el soldado cogió mi mochila y la vació completamente sobre el asfalto. Fue con el estómago apretado que vi caer de mi mochila un paquete de papeles de liar. El soldado me ordenó de vestirme de nuevo y me señaló el paquete que ponía a altura de mis ojos, apretando la mandíbula

Hasta ahí, habías sido intercambiadas pocas palabras, y todo había sido dicho en árabe sin que yo busque entender algo, aunque mis amigos hayan podido traducir. Los dos soldados nos escoltaron hacía una pequeña casa que se encontraba muy cerca de la autopista. Adentro, nada sino dos bancos de madera y una mesa, un cenicero que desbordaba de colillas y algunos papeles garabateados de árabe. Un desfile militar privado empezó delante de mí. Varios soldados llegaban uno por uno en ese pequeño cuarto. Mis amigos y yo estábamos completamente silenciosos. Yo sonreía estúpidamente para relajar la atmosfera, e intentaba de tranquilizar a mis amigos: les contaba que me hacía acordar a una detención en Paris. Me empecé a poner más serio cuando un nuevo militar entró con unas esposas que hacía girar con su índex.
Para nuestro gran alivio, su superior le gritó de calmarse y de guardar las esposas. Otro militar tenía nuestros documentos de identidad y copiaba con aplicación el contenido sobre una hoja. Rápidamente, eran una decena de soldados juntos en este cuarto. Cuando me hablaban, mis amigos parecías estar incómodos y evitaban traducir. Se burlaban de mí, el hecho de que sea extranjero parecía divertirlos mucho. Cuando el militar que copiaba nuestros documentos terminó de llenar sus papeles, hizo salir a los otros. Me estaba aburriendo mucho, el frío era cada vez mayor en el cuarto, esto se termina pronto, me repetía a mí mismo.

El militar se levantó de su silla, organizó sus hojas, guardó sus cosas. Agarró tres pares de esposas. Avanzó hacia mí. Me hizo levantar el brazo como me estaba indicando. Obedecí. De una pasividad y una incomprensión absoluta, miraba mis muñecas, repentinamente rodeada por dos anillos metálicos brillantes y la cadenita que los sostenía. Mis manos esposadas me fascinaban, y mis pensamientos bascularon.  Cuando estamos sumergidos por lo desconocido, no hay nada que pensar. Estaba viviendo una escena típica de cualquier película policial. Desafortunadamente para mí, no estaba en una película. Estaba en una situación de la cual había evaluado erróneamente su verdadera naturaleza…

Continuará…

Ariel.

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